La historia del desodorante

Hoy os traemos una historia de limpieza que nos toca de cerca, especialmente en esta época del año: ¡la historia del desodorante! El instinto de enmascarar los olores menos agradables del cuerpo es muy antiguo, digamos que nos acompaña desde el nacimiento de la humanidad. Técnicamente, el mal olor de las axilas no depende del sudor en sí mismo, sino las bacterias que se propagan en el ambiente húmedo. En cualquier caso, ya que nos es imposible no sudar, los esfuerzos de artesanos y perfumistas de todo el mundo se han dirigido a diseñar mil y un sistema para cubrir el olor a sudor. En el antiguo Egipto, por ejemplo, usaban canela o alumbre, y especias aromáticas como desodorante. En la antigua China usaban alumbre o sal, una práctica que se hizo común en ciertas partes de Asia. De hecho, la sal es conocida por sus propiedades antibacterianas, lo que explica su efecto desodorante.

Durante la Edad Media, la higiene sufrió un fuerte revés: del baño reservado a invitados de los griegos y romanos se pasó a abstenerse del contacto con el agua excepto en contadas ocasiones. Un «oloroso» problema, al cual los habitantes de las edades oscuras respondieron cosiendo saquitos perfumados y empapados en aceites esenciales en las parte interior de la ropa.

Desde el siglo XII hasta el siglo XIII, los baños fríos y calientes volvieron a ser más o menos habituales en todas las clases sociales. Después de un período en el que la limpieza del cuerpo se asociaba más con una ablución purificadora (los monjes solían lavarse los sábados, de cara al domingo) que con una práctica de higiene. En esta época por fin se recupera el respeto y la atención al cuerpo donde la limpieza de la piel y la ornamentación estética vuelven a tener una relación cercana con las prácticas sociales.

Pero aunque el baño vuelve a estar de moda en el mundo occidental, todavía no hay rastro del desodorante. El punto de inflexión tuvo lugar en el siglo XVIII, cuando se descubrió que las glándulas sudoríparas producían sudor, y que las bacterias desempeñaban un papel clave en el olor asociado. Sabiendo que el crecimiento bacteriano se producía en condiciones de humedad y calor, buscaron compuestos que limitaran la humedad y actuaran directamente sobre las bacterias.

El primer desodorante

Así, los primeros investigadores aplicaron tintes de amoníaco debajo de las axilas, que desafortunadamente, causaban inflamación de la piel. Tras años de prueba y error, en el siglo XIX aparece el primer desodorante comercial: «Mum», a base de zinc, producido en Filadelfia, Estados Unidos.

Se trataba de una pasta para extender debajo de las axilas, pegajosa y gomosa pero bastante eficaz. La marca que lo produjo, «Mum», era el apodo de la niñera del inventor (que, sorprendentemente, ¡se desconoce!). Luego pasó a formar parte de Procter & Gamble en 2001.

Hoy no podemos imaginar tener que esparcirnos una pasta pegajosa antes de salir de casa por la mañana porque Helen Barnett Diserens contribuyó a que viviéramos más cómodamente. En 1940, inspirándose en un bolígrafo, creó el primer desodorante de bola con compuesto a base de cloruro de aluminio.

Este modelo tuvo tan buena acogida que actualmente, alrededor del 80% de los desodorantes vendidos en el mundo son de este tipo. Unos años más tarde, se comercializaron los primeros desodorantes en spray, que ahora se producen de forma diferente. De hecho, estos primeros modelos ocultaban una trampa de sustancias volátiles contaminantes, que fueron prohibidas a principios del nuevo milenio.

Hoy en día, el desodorante es una parte integral de nuestra rutina higiénica, con una tendencia reciente a reemplazar los compuestos químicos por sustancias naturales. Cualquier tipo de desodorante es eficaz para obtener los efectos deseados, basta con asociarlo con una correcta higiene diaria, el uso de telas transpirables, especialmente esta temporada, y una dieta saludable. ¡Y así todos estaremos limpios, desodorizados y perfumados!

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