La Antigua Roma y la higiene

La historia de la higiene está estrictamente relacionada con cada territorio y con las vicisitudes militares que lo caracterizan.

Un ejemplo evidente de ello es el Imperio Romano, que llegó a alcanzar un nivel de desarrollo tecnológico tal que, numerosas de las innovaciones introducidas hace más de 2000 años siguen siendo sorprendentes.

La cosechadora (utilizada hasta el siglo XIX), el arco, las termas, los faros en las costas, las manivelas, los materiales esenciales de la máquina de vapor, el meridiano portátil, las grúas, las galerías, los alcantarillados… son solamente algunos ejemplos de desarrollo tecnológico, que caracteriza este pueblo y que, seguramente, en gran parte, se produjo gracias a la asimilación de los pueblos helenos de la cuenca mediterránea.

Entre las innovaciones más “exportadas” en las principales ciudades del imperio, hay que mencionar, seguramente, el alcantarillado.
La ciudad de Roma disponía de un vasto alcantarillado ya en el siglo VI a.C., cuyo objetivo era drenar las zonas pantanosas, llevando el agua desde las calles de la ciudad a un gran colector de alcantarillado, que desembocaba en el Tíber, llamado Cloaca Maxima y del que se pueden ver restos todavía ahora (en el Ponte Rotto).

De Milán a Pavía y de Londres a París hasta llegar a Jerusalem, el alcantarillado construido por los romanos demuestra la importancia de la higiene para ellos y, sobre todo, en las ciudades muy pobladas.

Los baños públicos en la Antigua Roma

A pesar de este empeño, la mayoría de las viviendas carecía de letrinas, precisamente, porque no había agua corriente para permitir la salida de los desagües. Se intentó atajar este problema con las letrinas públicas che, en la Antigua Roma, llegaron al sorprendente número de 144.
En la mayoría de los casos, estas letrinas estaban construidas en el mismo edificio que los baños públicos y, precisamente, al igual que estos, las personas pasaban allí ese tiempo valiosos charlando acompañadas.

Pues así es, algo casi inconcebible en la actualidad, pero, que al poder tener hasta 100 plazas, las letrinas eran un lugar para socializar: el sentido del pudor era muy diferente al actual al igual que la necesidad de privacidad.

Entre otras cosas, los romanos eran soldados acostumbrados a los cuarteles (“castra”) y a compartir los mismos espacios que, en el caso, de las letrinas eran arquitectónicamente un espacio bonito: en las paredes había asientos de mármol suspendidos sobre un canal por donde pasaba agua. Los brazos podían apoyarse en ménsulas de madera, que servían de elemento separador con los vecinos.
Estatuas de héroes y divinidades y bajorrelieves adornaban las paredes y había hasta una diosa de la higiene, la Diosa Higea, ya que la limpieza y el bienestar del cuerpo eran aspectos fundamentales, que se podían obtener también con la invocación de una divinidad.
Delante de los asientos pasaba un segundo canal con agua limpia para lavarse.
Estos edificios, que solían estar situados cerca de los foros y en las calles principales, eran regentados por los conductores foricarum (forica = letrina) y al acceso a estos se hacía pagando un pequeño importe de dinero.

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